La última voluntad

La Nueva España - Vida Cotidiana

Para los españoles era un documento importantísimo; para los indios no. El testamento fue introducido en la sociedad novohispana porque era la forma de conservar en favor de los descendientes el linaje, los títulos de nobleza y la riqueza material.

Los indios transmitían sus bienes en primera instancia al hijo mayor quien debía cuidar de sus hermanos. Cuando crecían y se iban casando repartía el patrimonio entre ellos. Si el padre quería dejarle a otro hijo sus bienes, todos debían obedecer sin chistar.

Para los indios no era importante en todo caso, dejar bienes a los hijos. Fray Toribio Benavente Motolinía escribió que “pocos se irán al infierno por los hijos ni por los testamentos porque las tierras o casillas que ellos heredaron, aquello dejan a sus hijos” y son contentos con muy chica morada y menos hacienda”. Y agregó: “los indios son la gente del mundo que menos se mata por dejar ni adquirir para sus hijos”.

Pero los indios se convirtieron en un atractivo negocio a la hora de testar. La corona española tuvo que insistir hasta prohibir que los moribundos testaran a favor de la iglesia, porque no lo harían libremente sino con el ánimo de hacer todo aquello que les garantizara la gloria eterna. El rey Felipe II, en 1580 ordenó que los indios tuvieran absoluta libertad de testar como quisieran y en 1609 pidió que se “remedien los excesos delos doctrineros en cuanto a los testamentos de los indios”, es decir, que los evangelizadores no los manipularan para hacerse de sus propiedades.

Para los españoles, dejar testamento incluso era una forma de garantizar que su alma alcanzaría la salvación ya que podían dejar estipulado que se emplease una cantidad para misas, rezos y auxilios espirituales. Hacia finales del siglo XVI, ya era más común que los indios testaran y con su última voluntad, las personas también desnudaban su alma y las inquietudes del moribundo.

En su testamento de 1597, Don Martín de la Cruz pedía que vendieran sus "cabritas" para comprar un lienzo de China que sirviera de mortaja; o el de Benito Muñoz de 1596, cuya última voluntad fue que lo sepultaran en Santa Águeda, hasta donde debían acompañarlo los músicos.

Quizá temerosa por lo que habría de encontrarse en el "más allá", doña Inés Gómez pidió en 1559, que se vendieran sus vestidos y "de lo procedido se me digan treinta misas". Eran las almas que se despojaban de lo material en los últimos momentos de su vida.

Los testamentos desataban verdaderos infiernos en la tierra. Era común ver a las familias despedazadas por unos cuantos reales, por una parcela, por algunos animales. Los verdaderos demonios salían a relucir en cuanto se escuchaba la palabra testamento. Alguien sabiamente había dicho que los deudos no se repartían la herencia, la descuartizaban.