Tiempo de autos, la F1 en México

La estabilidad - Vida Cotidiana

Por Alejandro Rosas

Nadie podía imaginar que aquella tarde festiva del 1 de noviembre de 1962, Ricardo Rodríguez, el piloto mexicano –y joven promesa del automovilismo- encontraría la muerte en la curva peraltada del flamante Autódromo de la Ciudad de México. Así comenzó la historia de la F1 en México. 

Los tiempos del milagro (1962-1970)

     Nueve Grandes Premios de F1 se disputaron en tierras mexicanas de 1962 a 1970. Fue la época del llamado “milagro mexicano”, quizás el periodo de mayor bonanza económica y estabilidad política de la historia reciente de México; la economía crecía al 7% anual, la inflación y el tipo de cambio estaban controlados, el país se modernizó y vivió bajo una larga paz social que terminó en 1968.

     Los mejores y más famosos pilotos de la época corrieron en el Autódromo de la ciudad de México: los tres amigos, Jim Clark, Graham Hill y Jackie Stewart    -que eran como el Rat Pack del automovilismo, similar al trío Frank Sinatra, Sammy Davis Jr y Dean Martin idolos de las mujeres, rompecorazones y amigos en el espectáculo-; el piloto y constructor Jack Brabham –que ganó el mundial de pilotos y el de constructores con un auto desarrollado por él mismo; el fundador de la gran escudería McLaren, Bruce McLaren; además de otros como Jochen Rindt, John Surtees, Francois Cevert, Emerson Fittipaldi, Lorenzo Bandini, Denny Hulme, Jacky Ickx, y los dos infaltables mexicanos Pedro Rodríguez y Moisés Solana.

      En aquellos tiempos, los pilotos mostraban su talento a sangre y fuego; sin artificios ni artilugios, con precarios sistemas de seguridad, sin computadoras, ni grandes diseños, sin estética; el volante, la palanca de velocidades, el acelerador, el freno y el clutch era todo para demostrar quién era un gigante en la pista.

     Durante 9 años, los aficionados al automovilismo vieron de todo: la presencia casi religiosa del presidente López Mateos cada vez que se corría un Gran Premio –asistió a los primeros cuatro hasta que su salud se lo impidió-; la presencia, más por obligación que por gusto, del presidente Díaz Ordaz, hasta que envió representantes; los pilotos con un ánimo juguetón, que coronaron en el podio a las curvilíneas Elvira Quintana y a Lorena Velázquez encargadas en entregar los trofeos en distintos años.  

      La afición recuerda que en 1967 le organizaron al campeón mundial Jim Clark una novillada en la cual el “escocés volador” tomó el capote con la gallardía de quien desciende de aquellos hombres de las tierras altas de Escocia, pero no olvidó su naturaleza de piloto, así que para enfrentar al astado, se colcó el casco con el que corría y bajó al ruedo dispuesto a enfrentar su destino.

      Y también se recuerda a la turba que irresponsablemente invadió la pista en el Gran Premio de 1970, y al perro que atropelló el campeón del mundo Jackie Stewart en plena carrera, que lo obligó a retirarse y lo cual significó el retiro del Gran Premio de México del calendario oficial de la F1.

Tiempo de crisis (1986-1992)

La Fórmula 1 regresó 16 años después, en el peor momento posible, y sin embargo, logró sostenerse. En 1986, el país se encontraba inmerso en un largo periodo de crisis económicas que no le daban un respiro a los mexicanos. Un año antes, la ciudad capital había sido devastada por el terremoto; en 1987, la inflación llegó a niveles de 159%, aprendimos a vivir con muchos ceros que, años después, como por arte de magia, desaparecieron; también aprendimos el significado de los “pactos” como el de solidaridad económica y “apretarse el cinturón” fue el nuevo deporte nacional.

     Eran los años en que se escuchaba en la radio Timbiriche, Flans, Pandora, Thalía, Gloria Trevi, Alejandra Guzmán; sonaba el “Rock en tu idioma”, la gente comentaba Cuna de lobos con la siniestra Catalina Creel y entre las artistas de la noche, destacaba el show de Olga Breeskin en la Madelon. Las elecciones presidenciales se pusieron duras en 1988 y de pronto saltaron a la palestra, Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Manuel J. Clouthier y Carlos Salinas de Gortari que con un acto de prestidigitación orquestado por Manuel Barttlet, se quedó con la presidencia de la república a la mala.

     Cuando se anunció que la Fórmula 1 regresaba a México para 1986, nuevos nombres que ya figuraban entre los grandes del automovilismo –o estaban por hacerlo- llegaron al Autódromo Hermanos Rodríguez; pilotos que escribirían la historia de la máxima categoría hasta los primeros años de la década de 1990: Alan Prost, Ayrton Senna, Nigel Mansell, Gerhard Berger, Ricardo Patrese, Satoru Nakajima e incluso en la última edición del Gran Premio de México en 1992, ya estaban presentes Michael Schumacher y Mika Häkkinen. Era 1986 y el Autódromo Hermanos Rodríguez estaba listo para reabrir sus puertas.

      La organización siempre fue impecable, pero no faltaba el prietito en el arroz; muchos funcionarios públicos movían sus influencias para conseguir los mejores lugares o un gafete que les permitiera entrar a zonas exclusivas; la moda ochentera se veía en las gradas del autódromo pero la mayoría de la gente no sabía nada acerca de la Fórmula 1; a la luz de nuestra situación económica actual, los precios en el autódromo rebasaban toda lógica: dos tortas y dos refrescos costaban 45 mil pesos. Por entonces era “in”, presumir que se había asistido a un Gran Premio.

      Senna y Prost trajeron a México el pleito que sostenían dentro de la escudería McLaren; hasta que Prost se fue a Ferrari en 1990. Los aficionados recuerdan haber visto la extraordinaria forma de conducir del brasileño, pero también muchas poses de diva que asumió en México: en 1987, compitiendo para el equipo Lotus, Senna agarró a golpes a un oficial de pista por no haber empujado su auto como debía; en 1991 se volteó en la curva peraltada y en 1992, declaró que “no venía a México a morir”, criticando severamente la pista del autódromo.

      Pero a pesar de los dimes y diretes de algunos pilotos sobre el autódromo capitalino, la Fórmula 1 se politizó y eso determinó que la gran carpa volviera a irse del país. La semana previa al Gran Premio de 1992, los niveles de ozono rebasaron cuatro veces el nivel máximo aceptable por la Organización Mundial de la Salud. El regente del Departamento del Distrito Federal, Manuel Camacho Solís, se subió al tren de la ecología y se compró la versión de que los motores F1 eran altamente contaminantes. Los organizadores del GP trataron de explicarle con peras y manzas que la versión era falsa, pero el regente no hizo caso. Ante la posibilidad de suspender el GP –con todas las localidades vendidas- se llegó a un acuerdo: la carrera se correría pero con una reducción de vueltas, de 69 a 62 y se agilizaría el tráfico en los alrededores de la Ciudad Deportiva –fue todo. La FIA percibió que el asunto era político, así que al anunciar el calendario de carreras para 1993 ya no apareció México.