Tacubaya: paraíso perdido

La era liberal - Vida Cotidiana

Alejandro Rosas

Era el lugar ideal para relajar el espíritu. Sus paisajes y su clima hicieron que en el siglo XIX, Tacubaya se convirtiera en el sitio donde la elite social, económica y política del país se reuniera a disfrutar de la tranquilidad que su entorno brindaba. La voz popular aseguraba que sus vientos eran medicinales, que sus aguas ayudaban en la convalecencia de cualquier mal y que la sombra de sus altos árboles brindaba refugio a quienes bajo su cobijo se entregaban al sueño.

     La terrible experiencia de las rebeliones y levantamientos tan comunes en el siglo XIX, propiciaron que las familias acaudaladas construyeran sus mansiones a las afueras de la ciudad con todas las comodidades posibles. No era extraño ver a los jefes de familia cargando con mujer y niños, servidumbre y hasta el perico, abandonando la capital del país para refugiarse en los pueblos cercanos. Los vaivenes de la política obligaba a los propietarios, empresarios y gente rica a permanecer en Tacubaya por largas temporadas, ahí  podían encontrar nuevamente la paz y tranquilidad perdida.

     Pero ni la famosa villa lograba escapar de los caudillos. Aburrido del poder, don Antonio López de Santa Anna solía pasar algunas semanas en Tacubaya y desde la casa de campo del arzobispo despachaba los asuntos nacionales. “Los bajos de este Palacio –escribió Guillermo Prieto- estaban ocupados por tropas, asistentes y servidumbre turbulenta; por la parte exterior había chimoleras, vendimia, concurrencia extraordinaria de pretendientes en coches particulares y de sitio; en suma, un conjunto abigarrado en holgura y bebiendo para aligerar la pesadez de la espera. La parte superior del Palacio estaba dividida en dos partes: a la izquierda la habitación del presidente y las piezas corridas de los ayudantes y visitas de su alteza...” 

Tiempo de mártires

En diciembre de 1857, Tacubaya dejó por un momento su historia regional para escribir una página fundamental en la historia nacional. Durante varias semanas, la villa se convirtió en lugar de conspiraciones. Los conservadores al mando de Félix Zuloaga persuadieron al presidente Ignacio Comonfort de desconocer la Constitución e iniciaron una revuelta que significó el comienzo de la Guerra de Reforma entre liberales y conservadores. 

     Al comenzar el mes de abril de 1859, la situación para el gobierno liberal encabezada por Juárez era desesperada. Se había asentado en Veracruz y se encontraba bajo el constante asedio de las fuerzas conservadoras. El “héroe de las mil derrotas”, como llamaban al general liberal Santos Degollado marchó hacia la ciudad de México, a sabiendas de que no podría tomarla, pero obligaría a los conservadores a retirar tropas de Veracruz para acudir a la defensa de la capital de la República. Eso le daría sosiego temporal al gobierno de Juárez.

     El ejército liberal fue derrotado por las fuerzas de Leonardo Márquez. Consumada la victoria, el general conservador recibió la orden del general Miramón de pasar por las armas a jefes y oficiales –orden que no sorprendió a nadie; ni liberales ni conservadores se andaban con contemplaciones-. Pero Márquez fue más lejos. Por sus pistolas ordenó la ejecución sí, de jefes y oficiales, pero además, de varios médicos y pasantes de medicina, que ayudaron a curar a los heridos de las fuerzas liberales, así como vecinos de Tacubaya y uno que otro parroquiano que andaba por ahí. Las más de 50 ejecuciones ordenadas por Márquez le merecieron el apodo del Tigre de Tacubaya.   

Remanso de paz

     Luego de la Guerra de Reforma y la lucha contra la intervención y el imperio (1857-1867), Tacubaya continuó siendo un lugar de recreo. Sin embargo, la inseguridad se hizo presente. Los juegos de azar, combinados con el consumo de bebidas alcohólicas, crearon un ambiente negativo en la otrora pacífica villa. Al mismo tiempo, el dispendio y el lujo de los moradores de aquellos lugares, atraían a las gavillas de bandoleros. 

     Cuando Porfirio Díaz asumió el poder en 1876, el tiempo de la paz, el orden y el progreso llamaba a las puertas de la república. La tranquilidad volvió a Tacubaya, que viviría sus mejores años.