Sueño de una tarde dominical que no terminó en pesadilla

Artes visuales - Obras

Por Alejandro Rosas


Hacia 1947, Diego Rivera ya había realizado los murales más importantes de toda su obra en los lugares más emblemáticos de la ciudad de México: la Secretaría de Educación Pública, el Palacio Nacional, el anfiteatro Bolívar de la Escuela Nacional Preparatoria, el Palacio Bellas Artes, entre muchos otros sitios. Sin embargo, ese año realizó uno de sus murales más memorables: Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central.

Fue una obra por encargo solicitada por el arquitecto Carlos Obregón Santacilia –que tenía entre sus blasones el Monumento a la Revolución y el edificio de la Secretaría de Salubridad y Asistencia-, ya que él mismo se encargaba, junto con el arquitecto Mario Pani de la edificación del Hotel del Prado, que durante décadas fue uno de los más elegantes e importantes de la ciudad de México y en constante competencia con el Hotel Regis, ambos levantados a unos metros de la Alameda Central.

Diego terminó su mural en 1948 y fue colocado en el restaurante Versalles; poco después fue trasladado al lobby del hotel, como lo solicitó el propio Diego, pues quería que todo público pudiera admirar su obra, en la cual hacía un recorrido por diversas etapas de la historia de México, mostraba a sus protagonistas, se autorretrató en un par de ocasiones y le dio una fama inusitada a una de las más importantes obras de José Guadalupe Posada: la Catrina.

El mural de Rivera propició un gran escándalo. A Diego le pareció buena idea pintar al famoso liberal, Ignacio Ramírez “el nigromante”, con su frase “dios no existe” misma que había pronunciado al ingresar a la Academia de Letrán en 1839. La frase indignó al arzobispo de México, Luis María Martínez quien se negó a ir a bendecir el inicio de operaciones del hotel y pocos días después una turba llegó al hotel y borró la frase del mural, dejando sólo la palabra Dios.  

El Hotel del Prado fue testigo de casi 40 años de historia, hasta que la mañana del 19 de septiembre de 1985, debido al terremoto, sufrió severos daños estructurales por lo que fue necesario demolerlo. Afortunadamente, el sueño de una tarde dominical de Diego Rivera, no se tornó en pesadilla; el mural resistió y las autoridades del INBA decidieron trasladarlo y restaurarlo. En una operación que se llevó 12 horas, la obra de Rivera fue colocada en una esquina de las calles Balderas y Colón y luego se le construyó su museo alrededor, inagururado en 1988 como: Museo mural Diego Rivera