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Alejandro Rosas
La historia oficial la olvidó; le negó un sepulcro de honor, a pesar de su cercanía con el poder y con la transformación política del país de 1910 a 1936; a pesar de su lealtad y su convicción por los principios revolucionarios, a pesar de su esfuerzo personal. Soledad González, “Cholita” (1898-1953) fue condenada al anonimato.
Originaria de San Pedro de las Colonias, Coahuila, el destino colocó a Cholita ante la historia. Durante su infancia vivió en la casa de Francisco I. Madero donde recibió la oportunidad de aprender a leer y a escribir. El futuro presidente de la república le vio arrestos y capacidad, y le entregó su libro La sucesión presidencial en 1910 para que Cholita lo mecanografiara. Tenía tan sólo, 10 años de edad.
A partir de entonces conoció de cerca a los grandes protagonistas de la revolución mexicana. Luego del asesinato de Madero, Cholita prestó sus servicios al invicto general Obregón. Estuvo con él hasta 1917, cuando el manco de Celaya se retiró a la vida privada para preparar su advenimiento a la primera magistratura del país.
La historia de Cholita apenas comenzaba. Hasta el despacho del gobernador de Sonora, Plutarco Elías Calles, llegó su fama y más temprano que tarde la incorporó a su gobierno como secretaria particular. Se convirtió así, en la colaboradora más cercana de Calles. Y desde su privilegiado lugar, durante la década de 1920, fue testigo de innumerables acontecimientos que cambiaron el rostro de México: la caída de Carranza (1920), el ascenso del grupo sonorense (1920-1934), la candidatura presidencial de Calles (1924), la guerra cristera (1926-1929), el cuatrienio presidencial de Plutarco (1924-1928), el asesinato de Obregón y la fundación del partido oficial (1929).
Mujer discreta, aplicada y metódica, se ganó la confianza de los hombres del poder. Desde la secretaría particular, procuró apoyar a la gente que solicitaba alguna ayuda del gobierno, exigía justicia o clamaba auxilio para sobrevivir en los aciagos días de la posrevolución. Compartió con Calles la amargura del exilio en 1936, antes de retirarse a la vida privada, para morir en 1953.