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""¿Qué le parece a usted nuestro nuevo presidente?"" -le preguntó un Calles orgulloso de su imposición, al ministro Pani, quien respondió con inusitada franqueza: ""Si hubiera usted dispuesto de la linterna de Diógenes para buscar entre los dieciséis millones de mexicanos al menos apropiado para Presidente, seguramente habría usted dado con el ingeniero Ortiz Rubio"".
Calles hizo un gesto de aparente desconcierto pero conocía perfectamente las razones que lo impulsaron a llevar a don Pascual a la presidencia: su carácter mediático, no contar con el respaldo de un grupo sólido dentro de la política nacional y haber estado fuera del país los últimos años dirigiendo cómodamente la embajada de México en Brasil. Quienes lo apoyaban, lo hacían más para detener al obregonismo latente que por sus cualidades inexistentes. En sus memorias el cacique potosino Gonzalo N. Santos recordaría una pintoresca escena:
¿Qué clase de hombre es Ortiz Rubio?, le pregunté a Riva Palacio, y me contestó en presencia del representante del presidente [Portes Gil]: ""Mira, hijo de la chingada (chingadita, para que no te asustes) -así nos tratábamos-, es tan hombre como Obregón y como Calles"". ""¿Tú respondes?"", le pregunté. ""Yo respondo, chingo a mi madre si no nos cumple"". ""Bueno -le dije-, tumbando y herrando, vamos a organizar nuestro grupo, y a trasladarnos a ver a Calles para proponerle que nos deje lanzarlo como candidato.""
Los revolucionarios sabían que lo sucedido en Querétaro -en marzo de 1929- durante la Convención del PNR, había sido un madruguete de Calles. Visionario como siempre lo fue, tenía puesto el ojo en Ortiz Rubio desde hacía unos meses. Se daba por hecho la designación del obregonista Aarón Sáenz pero el Jefe Máximo ""tiró línea"" en favor de Ortiz Burro -como ya lo llamaba la oposición- y encomendó a Gonzalo N. Santos la misión de sacar adelante la candidatura del michoacano. A punta de pistola y con falsos miembros del partido -que tenían voz y voto en la decisión final-, Santos logró la candidatura de Pascual.
Aún así, nadie daba un peso por el ex embajador. Si José Vasconcelos, candidato de oposición, no era popular entre el pueblo -su bastión fue la clase media-, don Pascual lo era menos. Sin embargo, contaba con el respaldo de Calles, del presidente Portes Gil y de toda la maquinaria revolucionaria. La lógica fraudulenta de la revolución institucionalizada era sencilla: no se habían tentado el corazón ni con sus propios partidarios para deshacerse de Sáenz, no tenían por qué hacerlo cuando estaba en juego la silla presidencial. El 17 de noviembre de 1929 se verificó el magno fraude -el primero en la larguísima historia de fraudes del partido oficial- y Ortiz Rubio nuevamente, como el caballo negro, llegó en primer lugar a la meta.
Durante todo su gobierno trajo el santo de espaldas. Su toma de posesión sólo podía augurar cosas peores. Después de protestar como presidente en el flamante estadio nacional, ante el Jefe Máximo y su séquito, Pascual se dirigió a Palacio Nacional a ocupar sus oficinas. Momentos antes de entrar fue víctima de un atentado: recibió un rozón de bala en la mandíbula.
""Un presidente auténtico -escribió su ministro Alberto J. Pani- habría aprovechado el frustrado crimen para consolidar su situación. Si al día siguiente recorre a pie, vendado y enteramente solo las calles que conducían a sus oficinas, lo hubiera seguido una multitud aclamándolo y confirmando popularmente la imposición oficial de que procedía. En vez de esto, se encerró a piedra y lodo en sus habitaciones, se volvió inaccesible hasta para algunos de su colaboradores inmediatos y se rodeó de toda suerte de precauciones contra una posible repetición del atentado. Aquello, considerado como manifestación de miedo, bastó para que el presidente perdiera toda la autoridad de su investidura"".
Nadie lo respetaba. Decían que de joven había sido tan afecto a la carrera de las armas que se uniformaba sin ser militar. La propia clase política parecía haber encontrado el apodo perfecto llamándole el ""nopalito""... por baboso. En una visita oficial al manicomio de ""La Castañeda"", el presidente intercambió unas palabras con un loco, que después de un rato de conversación le preguntó: ""Tú quién eres"", a lo que respondió Ortiz Rubio: ""Soy el presidente de la República"". ""¡Cállate!"" repuso el loco, ""pues a mí me tienen aquí recluido desde hace tres años, nomás porque dije que era Napoleón"".
Don Pascual reconocía la autoridad moral que tenía Calles sobre la presidencia de la república y en cierto modo aceptaba su estado de subordinación. Cuando se le proponía algún acuerdo importante para el país, antes de aprobarlo preguntaba al ministro en turno: ""¿Consultó ya al general Calles?"". Pero la intromisión del Jefe Máximo llegó a ser tan evidente -moviendo y removiendo a los miembros del gabinete- que Ortiz Rubio se convirtió prácticamente en un títere, en una figura decorativa sin poder alguno. Y con la poca dignidad que aún guardaba decidió no permanecer ni un minuto más en el poder. Renunció en septiembre de 1932 y partió para el exilio.
Años después, de vuelta en México, aún resonaban en su cabeza la burla, el chiste a costa sus costillas y un curioso verso de los días del vasconcelismo que se mofaba de su personalidad: ""Si es usted un animal/ de su voto a don Pascual./ Si son puros sus anhelos/ vote usted por Vasconcelos"".
Ver Pascual Ortíz Rubio: El hombre que no quería ser Presidente. Por Bully Magnets