Reliquias novohispanas

La Nueva España - Vida Cotidiana

Alejandro Rosas 

Dentro de las grandes fetividades religiosas que regían la vida cotidiana de los novohispanos, se encontraban el 12 de diciembre –día de la virgen de  Guadalupe-, la Semana Santa y la Navidad. A la misma altura en importancia se encontraba la fiesta de muertos, que se realizaba los días 1 y 2 de noviembre.

Dicha festividad fusionó ritos prehispánicos con ritos católicos para crear una celebración sui géneris, en la cual, los cementerios se llenaban de gente que iba a colocar vistosos altares en las tumbas de su seres queridos bajo la creencia de que las ánimas bajaban en esos días a departir con los vivos.

Durante la época colonial se acostumbraba también que, el día de muertos de cada año, los templos exhibieran todas las reliquias que poseían. Esta tradición tenía siglos dentro de la iglesia católica. Estos objetos eran el testimonio del paso de los santos por la Tierra y podían ser desde pedazos de hueso, cabello o dientes hasta ropa, efectos personales e incluso sangre. Todo con el fin de continuar ganando devotos para la causa de la santa iglesia.

El 2 de noviembre 1728, según refieren Castorena y Ursúa y Sahagún de Arévalo, en sus Gacetas de México, 1722-1748, la capital novohispana se convirtió en un inmenso relicario. Todos los templos de la ciudad vistieron sus mejores galas para mostrar huesos, ropas, cabellos. La Gazeta de Mexico registró minuciosamente el macabro evento:

“La catedral exhibió los cuerpos de san Primitivo y santa Hilaria, dos cabezas de las once mil vírgenes y reliquias de san Anastasio, san Gelasio y san Vito. El convento de santo Domingo expuso ante los ojos de los devotos una muela del propio fundador de la orden, el cuerpo de san Hipólito Presbítero, el birrete de san Francisco Xavier, un zapato de san Pío V, un dedo y un libro de san Luis Beltrán, la cabeza de santa Sapiencia, y para coronar su relicario, una muela de santa Catalina de Sena.

“El convento de san Francisco mostró una canilla de san Felipe de Jesús, un hueso de san Antonio, otro de san Diego, dos cabezas de las once mil vírgenes y un diente de san Lorenzo. En el convento de san Diego se expusieron dos cabezas de las once mil vírgenes y una mano de san Pedro Alcántara y otras. Los agustinos, muy ufanos expusieron una muela del mismísimo san Agustín de Hipona; un hueso de santo Tomás de Villanueva, sangre de san Nicolás Tolentino y de santa Yocunda.

“La Profesa exhibió las entrañas de san Ignacio, su firma y el cuerpo de san Aproniano, mientras en san Felipe Neri los fieles pudieron ver una muela de ese santo, la sangre de san Francisco de Sales, los huesos de san Bono, de santa Librada y de san Donato. En san Jerónimo, las monjas no quisieron ser menos y mostraron orgullosas un dedo de san Felipe de Jesús, un hueso de san Jerónimo y la cabeza de Santa Córdula”.

Fue una de las celebraciones de muertos más vistosas del periodo colonial por la expectación y el morbo que generaron las reliquias.