Navidad bajo el imperio

La era liberal - Vida Cotidiana

Alejandro Rosas

El 24 de diciembre de 1865 la Nochebuena irrumpió entre la pólvora de los cañones y fusiles que, desde años atrás, ensombrecían el paisaje mexicano. La Reforma, las bayonetas francesas y el ilusorio trono de Maximiliano parecían representar a las tres majestades que rendían tributo al dios la guerra y no al nacimiento del niño que se veneraba desde la noche del 24, vísperas de Navidad.

     Para la siempre fiel ciudad de México, la temporada navideña de 1865 se vislumbraba teñida de negro, como el luto que Maximiliano, Carlota, la corte mexicana e incluso todo el país debían guardar por la reciente muerte de Leopoldo I,  padre de la ambiciosa emperatriz, ocurrida apenas el 10 de diciembre. 

     Acostumbrados a la presencia de los oficiales franceses transitando por las viejas calles citadinas, buena parte de los habitantes de la capital se resistían al luto cuando el ambiente debía ser festivo. No había punto de comparación entre la tristeza de una pobre emperatriz y las celebraciones que recordaban el nacimiento del “Rey de reyes”.

     Ni siquiera el famoso Ceremonial de la Corte escrito por el propio Maximiliano para todos los eventos sociales -que contemplaba desde luego la muerte de algún miembro de la casa real-, pudo contener el júbilo popular y desde los días previos a la esperada Navidad, de manera casi clandestina, en las calles se escucharon como murmullos, los alegres versos que el pueblo recitaba durante nueve días en las célebres y populares posadas: “La otra noche a media noche,/ cuando Dios quiso nacer,/ bajó el ángel san Gabriel/ con su espada y su laurel/ en su caballito blanco,/ alumbrando todo el campo,/ campo chiquito/ de San Juaniquito; campo mayor/ de san Salvador,/ campo mediano/ de san Cayetano”. 

     Los conservadores, que desde 1864 seguían pasmados ante la imagen “casi divina” de “sus” nuevos emperadores, guardaron el protocolo que mandaba el Ceremonial de la corte para difuntos y dejaron para mejor ocasión las fiestas navideñas. Más democrático, el pueblo dio rienda suelta a su alegría y entre champurrado, ponche y chinguirito, trataba de animar al resto de la población a unirse al júbilo pagano-religioso de todos los años. Posada tras posada, la gente esperaba los regalos que los anfitriones solían otorgar y si la avaricia se manifestaba entre alguno, de los peregrinos brotaba el ingenio: “Una vieja tiene un diente/ y la muerte tiene dos;/ si no me dan mi aguinaldo,/ allá lo verán con Dios”.

     Egoísta, la ciudad de México se mantenía ajena al dolor nacional. La guerra contra los franceses casi alcanzaba los cuatro años. Época de melancolía, diciembre de 1865 no fue difícil sólo para Carlota. Muchos hogares mexicanos vivieron la Nochebuena sin el jefe de familia, los hermanos o incluso las madres que tomaron el fusil para defender a la Patria. En ambos bandos, republicanos e imperialistas, se lloraron las ausencias.

     Doña Concha Lombardo, esposa del brillante general conservador, Miguel Miramón se encontraba en Berlín con su marido. Ambos añoraban regresar a la patria, pero Maximiliano, que veía en el “joven Macabeo” y ex presidente de México un obstáculo para la consolidación de su imperio, había decidido mantenerlo en Europa en una “comisión” militar que no era otra cosa que el exilio político.

     Años después, el poeta Juan de Dios Peza, escribiría lo que quizá en 1865, sintió también la familia Miramón en las heladas regiones de Europa. “¿Habéis pasado la noche de Navidad en tierra extraña? nunca más que entonces se recuerda a la Patria. Nunca se agolpan como en esa ocasión los recuerdos dulces de los primeros años de vida, y nunca como en esos momentos se quisiera tener alas, volar y acercarse a los seres amados para decirles: no me olviden, aquí estoy; yo siento y canto con ustedes los villancicos de esta noche”.

     El matrimonio Miramón no guardaba buenos recuerdos de la Navidad. A pesar de ser miembro del partido conservador –supuestamente más cercano a Dios y a su iglesia-, en más de una ocasión la fortuna les fue adversa en la época decembrina. Apenas unos años atrás, un 22 de diciembre de 1860, el general fue derrotado por las fuerzas liberales en Calpulalpan y la guerra de Reforma inclinó su balanza hacia el lado juarista. La desbandada del ejército conservador no se hizo esperar.

     “Aquella memorable Nochebuena del 24 de diciembre de 1860 –escribió Concha Lombardo-, que mi hermana Merced y yo pasamos en la embajada de España, la vivimos en agonía. ¡Qué horrible tormento sufrimos penando en la suerte que correrían los seres queridos que andaban fugitivos por las calles de la ciudad, sin saber a dónde dirigir sus pasos y en medio de las fuerzas enemigas!, ¿quién nos daría noticias?, ¿dónde irían a pasar la noche?”

     Y sin embargo, aquel 1865, a pesar de la lejanía del terruño, doña Concepción se encontraba al lado de su marido: su mayor felicidad.