Madero: la casa de los espíritus

Datos Curiosos

La casa debía levantarse toda de piedra pero la orden fue clara: bajo ninguna circunstancia podían utilizarse objetos metálicos en la construcción de una de las habitaciones. Extraña petición la de don Panchito, que a la luz de su fe resultaba lógica: la energía desatada durante las sesiones espiritistas no fluía con la misma intensidad ante la presencia del metal.

            En aquellos años no resultaba extraño que una parte de la sociedad encontrara en la comunicación con los muertos el origen de su fe. Francisco Ignacio Madero topó con el espiritismo en 1891, de manera fortuita. En una ocasión, revisando la biblioteca de su padre encontró varios números de la famosa Revue Spirit. A través de sus páginas conoció las bondades del espiritismo y tuvo noticias acerca de Allan Kardec, padre de la doctrina espírita. A partir de ese año, Madero abrazó el espiritismo como única verdad para explicar la existencia y su vida cambió por completo.

            Al despuntar el siglo XX, establecido en su natal San Pedro de las Colonias, Coahuila, en medio de la tranquilidad de los vergeles familiares y casi para cumplir los treinta años, Madero inició formalmente su profesión de fe hacia el espiritismo. Regresaba de París dispuesto a poner en práctica una facultad que le había sido revelada en los círculos espíritas parisinos: la de médium escribiente.

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Cuando don Francisco encontró aquel paraje tuvo la certeza de haber llegado a un paraíso espiritual. La luz iluminaba todo. La mirada podía perderse durante horas en la inmensidad del espacio. El silencio avasallador sólo era roto por el sonido del viento. Se encontraba en medio de la sierra de Coahuila, a 160 kilómetros al noroeste de San Pedro de las Colonias –donde  residía-, rodeado por una vegetación sumamente hostil –arbustos, cactáceas, plantas con espinas tan duras que parecían agujas- y prácticamente sin agua. Por si fuera poco, entre San Pedro y esa finca perdida en la sierra mediaban ocho horas de camino. Con todo Madero decidió comprar la propiedad y reconstruir la pequeña casa edificada sobre la elevación. De ese modo adquirió Australia.

            Su nombre no era una excentricidad. A mediados del siglo XIX un grupo de colonos australianos llegó a Coahuila y se estableció en plena sierra. Su intención era explotar la candelilla, impulsar la ganadería y producir algodón. Madero conservó el nombre de Australia –no era extraño, otras haciendas de la familia como Tebas y Memphis tampoco gozaban de nombres mexicanos- y convirtió aquella región casi inhóspita en un productivo agostadero y también en una hacienda guayulera.

            La casa principal del rancho Australia era modesta y de una sola planta. La piedra permitía mantener una temperatura agradable en las habitaciones. Afuera, un poco retiradas, se hallaban las letrinas, el pozo, las improvisadas caballerizas y hasta un cementerio trazado por los antiguos propietarios. Su riqueza, sin embargo, no se encontraba en las decenas de cabezas de ganado que pastaban apaciblemente en los alrededores, sino en la naturaleza del lugar. Por sus características físicas, la comunicación con los espíritus fluía libremente.

            Australia se convirtió en un refugio para Madero. No solía ir con regularidad –la mayoría de sus asuntos estaban en San Pedro y en Parras-, pero cuando se aventuraba a cruzar la sierra permanecía en la finca varias semanas. Al terminar la jornada de trabajo  Madero se refugiaba en su habitación  –construida completamente a su gusto- y meditaba por horas. En otras ocasiones lo hacía a campo abierto bajo el resguardo del firmamento.

            Al caer en trance, la mano de don Francisco comenzaba a moverse apresuradamente; surgían entonces las palabras que se convertían en frases y eran escritas  sobre las hojas rayadas de su libreta foliada. Ni Madero ni los espíritus habían equivocado el sitio de su encuentro: “No dejes de ir hoy en la noche al apartado lugar donde tanto gustamos de verte –señala uno de los mensajes fechado en Australia, el 24 de octubre de 1907-, pues allí parece que se te abre el corazón para absorber los fluidos purísimos que flotan en el espacio; allí parece que hay menos obstáculos para que te comuniques con nosotros y recibas nuestras inspiraciones y puedas orar con más fervor, con más recogimiento”.

           Don Panchito cumplió con una devoción casi religiosa, y en el silencio de Australia encontró el ambiente espiritual para escribir un libro que pasaría a la historia: La sucesión presidencial en 1910. El 18 de julio de 1908 los espíritus le recomendaban: “Es muy probable que tengas que ir a pasar unos ocho o diez días a Australia para que allí, en la mayor calma y rodeado de condiciones tan favorables, puedas elaborar tu trabajo que tendrá una resonancia inmensa...”.

           Su modesta casa en la sierra de Coahuila se convirtió así, por influencia espiritista, en un inmejorable sitio para escribir, para profundizar en la historia mexicana, para plantear una transformación social sin precedentes. Y desde su habitación, rodeado por los muros de piedra, comenzó a escribir el libro. El 30 de octubre de 1908 –día de su cumpleaños número treinta y cinco-, Madero estaba listo para emprender la lucha. Fue la última vez que estuvo en Australia; cabalgó por sus alrededores, observó una vez más el profundo azul de su cielo, escuchó hablar al viento y salió de ahí para encontrarse con su destino. No volvió jamás.