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Algunos estarán a favor, otros en contra; unos disfrutarán y otros aborrecerán la tauromaquia. Pero independientemente de la postura de cada persona, ¿acaso nunca se han preguntado qué hay detrás de esta práctica y cómo llego a México?
Sí claro, imaginamos un torero e inmediatamente pensamos en España, pero no todo es sólo gritos, pañuelos y vino en una bota. Las corridas de toros comenzaron -efectivamente-, en la península ibérica a finales del siglo XI y desde entonces se consideró la fiesta nacional por excelencia. Pero en aquel entonces significaba una práctica para hacer notar las jerarquías que debían existir en cada estrato de la sociedad.
Los nobles participaban a caballo en un combate, supuestamente protegiendo a los plebeyos. Simbólicamente, ""los unos sobre los otros"", pero de esta manera era legitimada la dominación de los primeros sobre los segundos, como en una tarea de salvaguardar a sus plebeyos.
Entonces, si los españoles realizaban ésta práctica como la representación del derecho de los guerreros a mandar sobre los labradores, ¿a qué equivaldría en la Nueva España? Al derecho de los conquistadores a dominar a los indígenas.
Así pues, en la conmemoración del aniversario de la caída de México-Tenochtitlan, se llevó a cabo la primer corrida de toros en la Nueva España el 13 de agosto de 1529. A partir de ese momento, se celebraría cada año a San Hipólito -cuyo día es el 13 de agosto- y se correrían siete toros. Poco a poco se fueron agregando más eventos en los que era necesaria festejar con corridas: virreyes que hacían su entrada a la Ciudad de México, partos felices de la reina, en el día de Santiago (el santo guerrero), en los onomásticos de reyes y príncipes, entre otros.
La plaza de toros se montaba cada temporada en la Plaza del Volador, a un costado del palacio virreinal. Al virrey y a otros funcionarios se les construía un palco especial. En 1692, cuando se amotinaron los indígenas en contra del virrey debido a la hambruna lo cual amenazó el orden social de la Nueva España, las corridas de toros fueron suspendidas por más de tres años. A partir de ello, los toros dejaron de representar la esencia de la sociedad novohispana y se convirtieron únicamente en un acto de recreación.
En la segunda mitad del siglo XVIII, durante a las reformas borbónicas, debido al afán del rey para otorgar cargos públicos sin ton ni son, fue imposible seguir dotando de lumbreras a los funcionarios pues eran tantos que ya no se daba abasto. Esto suscitó el enojo, los reclamos y las solicitudes para que se les asignasen un palco o se les cambiara a uno mejor. Seguramente debió haber sido un importantísimo problema que les impediría ponerse a trabajar en lo que les correspondía.
Con el tiempo, perdió también su significado original, pues dejaron de correrse toros en el día de San Hipólito y ya no se realizaban exclusivamente para festejos reales o religiosos. Además de añadirle ciertos ""espectáculos"" como la presencia de mujeres toreras o ""el loco de los toros"", un torero vestido de enfermo mental provocando al animal. Y definitivamente se perdió todo el respeto y los principios de esta celebración al soltar perros para que pelearan con los toros, liebres que corrían por la plaza y apuestas en peleas de gallos.
Para ello se levantaron más plazas -con el único objeto de recabar fondos para el gobierno- en la Plaza Mayor, Chapultepec, el Paseo Nuevo, el Paseo de Jamaica, las plazuelas de Don Toribio, San Diego, San Sebastián, Santa Isabel, Santiago Tlatelolco, San Lucas, Tarasquillo, Lagunilla, Hornillo, San Antonio Abad y en la plaza de San Pablo (la cual en 1815 fue permanente).
Como en la actualidad, la tauromaquia recibió fuertes embestidas, acusada de un entretenimiento cruel y sangriento que no era digno de una nación culta. ¿Cuál era el fin de ver a un animal luchar por su vida y a una persona arriesgando la suya con el fin de entretener a la gente? A veces se suspendían las temporadas, en ocasiones las hacían larguísimas, dependía del virrey en turno y de su gusto por los toros.