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“El día que se escriba la verdadera historia de la pintura mexicana de este siglo, el nombre de María Izquierdo será un pequeño pero poderoso centro de irradiación magnética”, declaró Octavio Paz ante Miguel Cervantes, curador de la exposición retrospectiva (1902–1955) de María Izquierdo, que se realizó a finales de losaños ochenta.
Sus primeros trazos los dedicó a realizar retratos de familiares y amigos, como Retrato de Belem (1928) y Niñas durmiendo (1930). Su primera exposición se llevó a cabo en una galería del Palacio de Bellas Artes, que en aquella época era atendida por los pintores Carlos Mérida y Carlos Orozco Romero, poco después, se convirtió en la primera mujer mexicana en exponer su obra en Estados Unidos, en el Art Center de Nueva York.
En 1947 la pintora trató de describir la esencia de su trabajo: “Me esfuerzo para que mi pintura refleje al México auténtico que siento y amo; huyo de caer en temas anecdóticos, folclóricos y políticos porque no tienen fuerza ni poética y pienso que en el mundo de la pintura, un cuadro es una ventana abierta a la imaginación humana”.
Esa ventana fue percibida y admirada profundamente por artistas como Antonin Artaud, quien en su visita a México quedó prendado de la viveza de los cuadros de la jaliciense, “mi emoción ha sido muy grande al encontrar en los gouaches de María Izquierdo personajes indígenas desnudos temblar entre ruinas. Ejecutan ahí una especie de danza de los espectros: los espectros de la vida que desapareció”.
Se considera que la etapa más madura de su obra fue la que coincidió con su relación con Rufino Tamayo, entre 1938 y 1941. Época en la que intelectuales como José y Celestino Gorostiza, Xavier Villaurrutia y Fernando Gamboa, reconocían públicamente su talento y propuesta.
Los cuadros de María Izquierdo alcanzaban ese toque mágico que muestra no solo objetos o personas, sino la vida y la intimidad de esos objetos y personas. Sus motivos parecían a veces simples y cotidianos, otra veces abiertamente fantásticos, pero todos estaban cargados de vida.
“Una obra corta hecha más con el instinto que con la cabeza –describe Octavio Paz-, pura, espontánea y fascinante como una fiesta en la plaza de un pueblo pequeño […]. Tiempo de los circos fuera del tiempo y de las plazas con una iglesia y un corro de fresnos […]. Tiempo de las voces de las mujeres que se bañan en los ríos y de la muchacha que, en la noche de hechicería, desciende al pozo guiada por la luna. María Izquierdo o la realidad más real: no la de la historia sino la de la leyenda”.