La guerra de los santos

La Nueva España - Hechos

Las trompetas no dejaban de sonar. La muchedumbre reunida frente al monasterio de San Ángelo Mártir gritaba y hacía todo el escándalo posible. Extraña manifestación se había organizado en el pueblo de San Jacinto Tenanitlan.

En el interior de su convento, los carmelitas celebraban una misa por sus frailes difuntos y escuchaban los panegíricos de fray Pedro de los Apóstoles cuando se percataron de la ruidosa presencia de los indios del pueblo que, azuzados por el párroco dominico de San Jacinto, hacían todo lo posible por interrumpir su celebración religiosa.

No era el primer conflicto que los carmelitas tenían con el cura. Cuando cercaron el perímetro de la huerta de su convento en 1617 -para lo cual construyeron presas en los ríos y cerraron varios caminos vecinales-, el párroco reaccionó con virulencia. Llamó a sus feligreses del pueblo de Tenanitlan y con picos, palas y azadones destruyó las obras de los carmelitas.

El cura continuó con su escándalo. Las trompetas sonaban incesantes interrumpiendo una y otra vez a los carmelitas. Desesperado, el corregidor de Coyoacán que había asistido a la celebración, ordenó a los rijosos que guardaran silencio, pero como única respuesta recibió literalmente una trompetilla. El corregidor entonces tomó medidas más drásticas; espada en mano y con apoyo de sus hombres, arremetió contra los indios y muchos salieron golpeados. Una vez restaurado el orden, los carmelitas presentaron una severa protesta ante el provincial de los dominicos y días después, el párroco fue retirado de la parroquia de San Jacinto.

El problema, sin embargo, no era reciente. Se remontaba al año de 1601. Por entonces, los carmelitas quisieron fundar en la ciudad de México un colegio seminario bajo la advocación de San Ángelo, mártir de su orden. Los dominicos se opusieron por todos los medios argumentando que, de construirse, el colegio estaría muy cerca del imperial convento de Santo Domingo.

Luego de varios encuentros y desencuentros, ambas órdenes llegaron a un acuerdo a todas luces desventajoso para los carmelitas pero que aceptaron al no tener otra alternativa. La orden del Carmen podía construir su colegio sólo si su iglesia era privada, sin puerta a la calle ni campanario, no podían celebrar oficios con solemnidad ni pedir limosnas para el culto y la entrada a mujeres estaría prohibida. Por si fuera poco, el acuerdo no podía ser anulado ni se apelaría ante el Papa. La suerte, sin embargo, favoreció a los Carmelitas, pues en 1603, el papa Clemente IX los eximió de estas obligaciones, lo cual molestó a los dominicos.

Aunque el conflicto parecía rebasado, la confrontación volvió a surgir a dos leguas de la ciudad de México, en el pueblo de San Jacinto Tenanitlan. Los carmelitas construyeron un hospicio eclesiástico (1614) en la huerta recibida de manos del difunto don Felipe de Guzmán Ixtolinque, que colindaba con San Jacinto. Y aunque los dominicos no quisieron darle mayor importancia, en su fuero interno sabían que en poco tiempo un magno convento se levantaría junto al suyo.

Seguramente los dominicos pensaron que Dios pertenecía a la orden del Carmen, pues el destino volvió a sonreírles. Por entonces, doña Agustina Chilapa, viuda de don Felipe de Guzmán enfermó gravemente y al no tener descendencia -su único hijo había fallecido tiempo atrás-, como última voluntad dejó a los carmelitas dos terrenos que colindaban con la célebre huerta y además el cerro de Ocotepec.

Semejante donación fue suficiente para que los carmelitas decidieran construir uno de los más grandes y magníficos conventos de la orden e incluso de la Nueva España. La primera piedra fue colocada el día de San Pedro y San Pablo, 29 de junio de 1615. Domingo de Chimalpáhin, cronista indígena y testigo de la época, anotó el hecho en su diario:

Al principio del mes de junio de 1615 los religiosos descalzos hijos de Nuestra Señora del Carmen se establecieron en Coyoacán, en una huerta junto a San Jacinto; donde se establecieron había sido la huerta de don Juan de Guzmán Itztlolinqui, tlatohuani de Coyohuacan, cuyos hijos y nietos vendieron la huerta a los dichos religiosos para que allí construyeran su colegio, al que dieron el nombre de San Ángel mártir, donde los religiosos jóvenes aprenderían el latín.

Era un hecho: San Jacinto dejaba su lugar en la historia a San Ángel, cuyo nombre sería adoptado por el pueblo de Tenanitlan.