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Sandra Molina Arceo
Un viaje en 1946 cambió la percepción de Raúl Anguiano sobre el mundo indígena. Fue miembro de la expedición que recorrió la selva lacandona y descubrió Bonampak, la cual estaba encabezada por Giles Healy y Carlos Frey.
En ese viaje, el maestro Anguiano pudo ver mucho más que sólo los vestigios de los edificios y las construcciones mayas.
Llamó poderosamente su atención, no el “indio muerto”, que era el que le habían enseñado a venerar en la escuela, sino topó con el indígena vivo, el del México de los años 40, el que se mantenía ajeno y alejado de los postulados de la revolución y que resolvía su vida en medio de la selva.
De pronto, las referencias al mundo indígena de Anguiano no fueron las cosas del pasado, sino el presente mismo. Muestra de ello fue su obra principal La espina, la cual se caracterizó porque su protagonista es un indígena del México contemporáneo, del México en el que él vivía.
La obra muestra a un lacandón con su vetimenta tradicional, sentado, con una pierna cruzada de cuyo pie está tratando de retirarse una espina.
Detrás de la imagen del protagonista se encuentra una selva deforestada. El simbolismo del indígena contemporáneo fue tan importante que su cuadro fue utilizado como portada de algunos libros de texto.
En su interés por el mundo indígena contemporáneo, había implícitamente la necesidad de un respeto a la naturaleza, al medio ambiente y a la ecología.