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Por Alejandro Rosas
A mediados de 1966, Matías Goeritz presentó un proyecto para sustituir las ventanas de la nave transversal de la catedral metropolitana por una serie de vitrales de colores. Un diseño revolucionario, que rompía con “la arquitectura renacentista, tranquila, lógica y severa de la catedral” y le añadía algo diferente al templo, un elemento artístico moderno, que el arquitecto Agustín Piña Dreinhofer definió como “aberración y mal gusto, […] magníficos para un cabaret pero que en la catedral representan una verdadera catástrofe”. Los miembros de la Comisión de Monumentos también pusieron el grito en el cielo y consideraron la propuesta como “perjudicial y artísticamente irrespetuosa”.
Hacia 1966, la sociedad de Mexicana se movía en las aguas del conservadurismo. Vivía sometida al control y el orden establecidos por el sistema político, particularmente por el régimen de Díaz Ordaz. Cualquier cambio que intentara romper con los esquemas tradicionales era cuestionado e incluso considerado peligroso.
Esta situación se reflejaba en el arte, los puristas de la Comisión de Monumentos se lamentaban porque los vitrales “desvirtuarían las líneas de la obra neoclásica de Tolsá”; cuestionaban “la repartición irregular de los vidrios”, y que estos fueran de colores lo cual afectaría la iluminación de las pinturas.
Piña Dreinhofer publicó en septiembre de 1966, un artículo en “México en la Cultura”, titulado: “Ventanas a Go-Go en la catedral de México”. En él, transcribió el Dictamen Oficial de la Comisión cuya conclusión señalaba: “Sería un error muy grave permitir, en un monumento tan respetable como es la Catedral de México, obras que desvirtúan y demeritan a dicho monumento”.
A pesar de la opinión de la Comisión, el proyecto de Goeritz siguió adelante. Y los polémicos vitrales abrieron un espacio al arte del siglo XX, en una construcción que tenía casi cuatro siglos de existencia. Paradójica polémica, considerando que la catedral es resultado de varios estilos arquitectónicos y resume la visión de distintos artistas en diversas épocas. Los cimientos fueron colocados en 1573 y todavía en el siglo XIX continuaban sus trabajos. En el interior de la catedral conviven, el barroco, el churrigueresco y el neoclásico.
El antiguo convento de Azcapotzalco, la catedral de Morelos y la iglesia de Tlatelolco, también se embellecieron con la estética de Goeritz. Los vitrales de la catedral de México representan la aportación artística del siglo XX mexicano a la historia de la catedral –única centuria que se encontraba ajena al magno templo.