Jorge Ibargüengoitia: un recuerdo de Usigli

Literatura - Personajes

“Rodolfo Usigli fue mi maestro, a él debo en parte ser escritor y por su culpa, en parte, fui escritor de teatro 10 años” -recordaba con nostalgia Jorge Ibargüengoitia en su ensayo Recuerdo de Rodolfo Usigli, publicado en Vuelta en 1979, tras la muerte del dramaturgo-; “digo que fue mi maestro en el sentido más llano de la palabra: él se sentaba en una silla y daba clase y yo me sentaba en la otra y le oía […] esto ocurrió durante dos horas de dos tardes cada semana de los tres años que seguí su curso en Filosofía y Letras. Sin la clase de Usigli, mis estudios en esa institución hubieran sido completamente banales y probablemente no me hubiera dado el trabajo de terminarla”.
    En esa época, de 1951 a 1954, escritores como Emilio Carballido, Sergio Magaña, Héctor Mendoza y Luisa Josefina Hernández también fueron alumnos de Usigli, pero él mismo proclamó a Ibargüengoitia como su “único alumno verdadero”. En realidad, una historia de egos, dimes y diretes y un par de envidias al más puro estilo de hermanos pequeños disputándose la aprobación del padre. En este caso, un padre dramático, literario y muy exigente. Hay varios testigos, entre ellos Octavio Paz y Hugo Argüelles que comentan el abandono de los discípulos de Usigli. Dice Argüelles “entre Usigli y sus alumnos hubo separación: él los enseñó y en su momento se fueron directamente con Novo […] eran unos traicioneros”.
    “Usigli llegaba a Mascarones cargado de aditamentos”, relata el autor de Las muertas, “usaba dos pares de anteojos que se quitaba y se ponía varias veces durante la clase, boquilla, cigarrera y un encendedor que nunca dejaba en la mesa, sino que sacaba y volvía a guardar en la bolsa interior del saco, dos librones enormes […] llevaba también dos tubitos de pastillas con las que estuvo combatiendo la acidez que padeció los cinco años que lo traté. En la primera clase nos hizo una advertencia: ‘ustedes creen que van a aprender a escribir obras de teatro por tomar esta clase. Se equivocan. El que tenga talento aprenderá a escribir teatro aunque no la tome y el que no lo tenga no aprenderá aunque le tome cien años”.
    Para impulsar la práctica dentro de su cátedra, Usigli cambiaba el examen final por  la escritura de una obra en un acto. Así nació, por ejemplo, la célebre Rosaura y los llaveros de Emilio Carballido. De esa misma forma Jorge Ibargüengoitia pudo disciplinarse y ponerse a trabajar en lugar de estar esperando a las musas. Escribió a mano, una comedia en un acto y la presentó ante su maestro, cuya crítica fue lapidaria: “su obra es rudimentaria y no tiene acción, sin embargo, es evidente que tiene usted sentido del diálogo y es capaz de escribir comedia”.  También le reprobó el hecho de entregar el trabajo en manuscrito: “tiene usted que aprender a escribir a máquina. El escritor debe saber usar sus instrumentos”.