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La revolución - Vida Cotidiana
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Comenzó su aventura fotográfica cuando tenía 12 años de edad. Por entonces logró hacerse de una cámara que encargó a la American Photo en Estados Unidos y en la cual invirtió sus ahorros: 2 dólares con cincuenta centavos.
Nacido en Batuchi, Chihuahua en 1881, Jesús Hermenegildo Abitia Garcés recordaría que entre la fotografía, la escuela y el trabajo en el campo, poco tiempo le quedaba para el juego, aunque sus ratos libres, trataba de aprovecharlos jugando al circo, pasatiempo que disfrutaba y compartía con su compañero de banca y gran amigo, Álvaro Obregón. ""En el juego yo la hacía de todo, pero a Obregón siempre le gustaba hacerla del hombre fuerte"".
Como fotógrafo y responsable de la casa Abitia Hermanos-Fotógrafos y Amplificadores desde 1905 -único estudio fotográfico de la ciudad de Hermosillo y de la región-, Jesús organizaba los días de la semana entre los retratos de estudio, el revelado e impresión y su asistencia a las tertulias de la gente pudiente para amenizarlas con las notas de su violín. Con los años, la pasión musical de Abitia y la fotografía se convirtieron en sus oficios. Llegó a ser un notable constructor de instrumentos de cuerda, e incluso participó con el connotado músico Julián Carrillo en la búsqueda y perfección del Sonido 13.
Pero vinieron los tiempos de la Revolución y Abitia -con su cámara y cristales en mano-, se sumó a ella, al lado de su viejo amigo, Álvaro Obregón. En el 4º Batallón Irregular de Sonora, Abitia se incorporó como Miembro del Despacho de Propaganda Revolucionaria, y entre otras funciones, se encargaba de retratar y filmar lo sucedido en las campañas militares. Sobra decir, que en la actualidad la figura de Abitia es más conocida por su trabajo de cineasta que como fotógrafo. De hecho, aún se conserva su documental épico de la Revolución llamado Epopeya de la Revolución.
Al término de la lucha armada, Abitia se instaló en la ciudad de México, continuó al servicio de los sonorenses, Obregón y Calles y se encargó de retratar la arquitectura que los generales victoriosos habían heredado del antiguo régimen, así como las modernas construcciones que los militares se empeñaron en erigir. La obra de Abitia era publicada en las páginas del periódico llamado El Nacional Revolucionario, principal órgano periodístico del Estado y que llegaba a buena parte de los habitantes del país.
Y aunque su trabajo dentro de los gobiernos posrevolucionarios le demandaba casi tiempo completo, Abitia intentó no descuidar su obra personal, que él consideraba artística. Desde su llegada a la capital había instalado una casa, que lo mismo servía de escuela de foto, estudio y laboratorio cinematográficos, casa comercial y distribuidora de equipos y material fotográfico, casa-hogar para ""familias desprotegidas"" y hasta laboratorio de fruticultura. Tiempo después Abitia recordaría un pasaje sobre aquellos años:
""Ya ves cómo es de Abitia esta casa"" -le comentó Obregón a Calles, a De la Huerta y al licenciado Miguel Alessio Robles- ""es ideal para un soltero"". ""¿Y de quién es el terreno?"" -preguntó Obregón- ""Tengo informes -argumentó Abitia- de que es propiedad de la Nación y a reserva de adquirirlo legalmente, yo lo ocupo"".
Para la entera satisfacción de Abitia, los sonorenses vieron con agrado su proyecto y el fotógrafo norteño recibió apoyo irrestricto desde el más alto pináculo del Estado. La Revolución comenzaba a materializarse.
Pero como tantos otros, Abitia fue víctima de su época, de los convulsionados años de la posrevolución. Con el asesinato de Obregón en julio de 1928, quedó desamparado y a merced del callismo y de la jefatura máxima y sus privilegios comenzaron a desaparecer. Y aunque continuó realizando trabajos esporádicos para el gobierno, en adelante continuó con su vocación de fotógrafo por su cuenta.
En las décadas siguientes, hasta su muerte en 1960, Abitia volvió a sus orígenes. Dedicó su tiempo a la fotografía de estudio y a la organización de sus archivos fílmicos y fotográficos, los que en su mayoría se perdieron, al incendiarse su casa en 1949. Sin embargo, queda buena parte de su legado, el cual nos permite reflexionar acerca de un México que se fue para no volver y que él, con sus imágenes ayudó a construir.