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El meollo del asunto era terminar tan accidentado sexenio. El nuevo presidente debía llevar la fiesta en paz y preparar la sucesión para el año de 1934. El Congreso nombró al sonorense Abelardo L. Rodríguez como el nuevo titular del poder Ejecutivo.
""Nunca había aspirado, ni pensado siquiera, en alcanzar la Presidencia de la República -escribió en su Autobiografía. Me había detenido la idea de que para llegar a ella era necesario hacer previamente una carrera que se iniciara desde la baja política, la cual siempre he detestado. Es claro que me refiero a la politiquería que se agita al impulso de las bajas pasiones, entre la intriga, la murmuración y la traición, cuando no entre la demagogia, la falsedad y la mentira"".
Pero con todo y baños de pureza don Abelardo no era precisamente una ""hermana de la caridad"" o el paladín de la honestidad. Contaba con varios ""negocitos"" muy rentables. Asociado con algunos norteamericanos, durante su administración en Baja California amasó una fortuna importante estableciendo casas de juego, incluso pesaba sobre él la sospecha de haber traficado alcohol a los Estados Unidos durante los años de la prohibición.
""El pelele número tres -como lo llamaba Vasconcelos- compró edificios en la capital de la República, construyó hoteles de lujo, como el Tehuacan, y desarrolló cuantiosos negocios de índole privada, a ciencia y paciencia de una opinión que nunca le regateó elogio"".
Tenía un largo pero discreto historial revolucionario. Desde 1913 se incorporó a la revolución Constitucionalista, combatió al lado de Obregón en el Bajío (1915), en la campaña de Benjamín Hill hacia la ciudad de México y contra las fuerzas zapatistas (1916). Reprimió a los yaquis en Sonora y secundó la rebelión de Agua Prieta que derrocó a Carranza en 1920. Fue secretario de Industria, Comercio y Trabajo, así como de Guerra y Marina bajo la administración de Ortiz Rubio, de donde saltó a la presidencia para cubrir los dos últimos años del sexenio.
Al menos en el discurso, el general Rodríguez intentó quitarse de encima la influencia de Plutarco Elías Calles, pero en los hechos, el Jefe Máximo mantuvo las riendas del poder. Casi todo el gabinete estaba conformado por prominentes callistas y tal y como sucedió con Ortiz Rubio, las decisiones de alta política pasaron por la casa de Calles en la colonia Anzures, de donde salían con su visto bueno.
El presidente Rodríguez no se tomó tan en serio el papel del gobernante independiente que debía defender a capa y espada su poder frente a Calles, y la única vez que ""pintó su raya"" fue al cesar a uno de los hombres más leales al Jefe Máximo, el ministro de Hacienda Alberto J. Pani.
Los dos años de gobierno transcurrieron en relativa calma. Contribuyó en ello su carácter norteño, sin poses, desparpajado y con buen sentido del humor. ""En mi tierra los hombres suelen ser francos y sinceros -escribió en su Autobiografía-, despreocupados y poco amigos del protocolo y de la diplomacia. Hablamos con la verdad, claramente, sin reticencias y sin tapujos"". Se volvió común ver fotografías del general Rodríguez, en alguna gira de trabajo, con las manos metidas en las bolsas y sonriendo de oreja a oreja, sin preocupación alguna, campechanamente. Durante su juventud había sido miembro de una novena por lo que su afición al béisbol contrastaba con el gusto por los toros de otros presidentes.
Quizá el mayor logró de su administración -además de inaugurar el palacio de Bellas Artes- fue allanar el camino para la sucesión presidencial en favor de Lázaro Cárdenas. En la década de los cuarentas regresó a la política local como gobernador de Sonora y luego se dedicó a sus negocios particulares en Baja California.
""Insisto en que nunca fui político -escribió- y en que si acepté el cargo de Presidente substituto de la República, fue porque tenía la seguridad de poder nivelar el presupuesto y poner en orden la administración del Gobierno. Para lograrlo, me propuse permanecer al margen de la dirección política, dejando esa actividad en manos de los políticos.""
Era la manera elegante de reconocer que Calles había gobernado por encima de la figura presidencial.