En la casa del arzobispo

El siglo de la conquista - Vida Cotidiana

Llegó en diciembre de 1528, en momentos en que la capital novohispana tomaba forma sobre las ruinas de Tenochtitlan. Por la tarea encomendada, su misión recordaba los primeros tiempos de la cristiandad, cuando los discípulos de Cristo ""pasaron literalmente las de Caín"" para llevar su palabra a todos los rincones del mundo conocido. A los ojos de fray Juan de Zumárraga, primer obispo de México, el gran reto de la iglesia en la Nueva España era continuar el proceso de evangelización iniciado en 1524, pero sobre todo, encabezar la defensa de los indios.

Zumárraga fue recibido por sus hermanos de la orden franciscana. De inmediato se dio a la tarea de conseguir un predio que a la postre fuera la morada oficial de los obispos de México. Dos años después de su llegada adquirió la llamada casa de Medel -ubicada en la actual calle de Moneda, frente al costado norte del Palacio virreinal- y posteriormente compró los dos predios contiguos. Los alarifes aprovecharon la construcción edificada y sólo implementaron mejoras a gusto de Zumárraga. El propio obispo informó en abril de 1530:

""Ciento cincuenta pesos son que se gastaron en las obras de dicha casa, en una escalera grande y un retablo, y un confesionario, y puertas, y otras cosas de atajos, y cámaras, y suelos en las azoteas, y cerraduras para que la dicha casa estuviese en recogimiento y honestidad, y en pagar a los maestros, indios y gente que en ello anduvo"".

Según cuenta la tradición popular, en diciembre de 1531 cuando la casa se hallaba aún en obras, un intermediario de la divinidad tocó a sus puertas; era Juan Diego. Poca atención prestó Zumárraga a la increíble historia que escuchó de labios del humilde indio sobre la supuesta aparición de la virgen de Guadalupe. Por entonces su atención estaba centrada en el conflicto con la Primera Audiencia por el trato que los conquistadores daban a los indios.

En una segunda visita a la ilustre morada de Zumárraga, Juan Diego insistió en el milagro del Tepeyac. El obispo escuchó pacientemente pero no hizo nada; adoptó la sabia enseñanza de ""hasta no ver no creer"" establecida siglos atrás por santo Tomás. Y para hacerlo desistir de sus fantasías, pidió una prueba al indio de Cuautitlán, que desconsolado se alejó de la casa del obispo.

Juan Diego se presentó por última vez con una prueba irrefutable: rosas recogidas en el cerro del Tepeyac, florecidas en pleno diciembre -fuera de temporada- que al caer de su ayate dejaron ver la imagen de la virgen de Guadalupe. Ante la belleza del mensaje celestial, Zumárraga reconoció el milagro y ordenó la pronta construcción de una ermita.

Mientras se edificaba la iglesia que con el tiempo sería la basílica de Guadalupe, la imagen de la virgen permaneció en la capilla del obispo dentro de la casa. Paradójicamente el ayate guadalupano fue guardado entre los muros de aquella construcción edificada sobre las ruinas del templo de Tezcatlipoca, señor del inframundo azteca.