El nuevo Teatro Nacional

Artes escénicas - Obras

La demolición en 1901 del Teatro Nacional terminó con una época. Entre sus ruinas se encontraba la memoria del siglo XIX. Los aires modernizadores que comenzaron a soplar bajo el régimen porfiriano anunciaron que había llegado la hora de transformar el rostro de la ciudad de México.

          Al doblar el siglo comenzó la construcción de importantes edificios que dieron testimonio de la grandeza del régimen –la Penitenciaría del D.F., el Instituto Geológico Nacional, el edificio de Correos, el Palacio de Comunicaciones, el Manicomio de la Castañeda-. Y la necesidad de un nuevo teatro nacional con la tecnología más avanzada y los recursos más modernos se hizo imprescindible. En los primeros años del siglo XX, el arquitecto italiano Adamo Boari fue elegido para diseñar lo que debía ser el primer recinto artístico, no sólo de México, sino del orbe.

          En marzo de 1902, el arquitecto Boari escribió su famoso Proyecto Preeliminar sobre el Proyecto de Construcción del Teatro Nacional de México, dirigido al Secretario de Estado y del Despacho de Comunicaciones y Obras Públicas, General F. Z. Mena. En él explicó sus razones para considerar la futura obra como la más moderna del mundo.

           “El futuro Teatro Nacional de México, si no presenta grandes puntos visuales de conjunto, goza, no obstante, de excepcionales ventajas. Una de las principales es que, encontrándose en el verdadero centro de la ciudad, tiene un parque secular por un lado, desembocan en su plaza todas las arterias principales y estará rodeado de nuevos y vistosos edificios. La cercanía de la nueva Casa de Correos, sin salientes y maciza, servirá para que resalten los movidos contornos de dicho Teatro”.

           Uno de los elementos fundamentales para la construcción del teatro fue la utilización de los avances técnicos más modernos. De ese modo decidió emplear una estructura de acero como base de la construcción, para lo cual se inspiró en la arquitectura estadounidense “a prueba de fuego y de movimientos sísmicos”. 

            Boari presentó su proyecto al primer círculo del gobierno porfirista. La magnitud de la obra y la promesa de verlo realizado fue suficiente para seducir al hombre de los dineros: el secretario de Hacienda, José Yves Limantour. La construcción habría de tomar cuatro años a lo sumo y tendría un costo cercano a los cuatro millones doscientos mil pesos. Los planos y el proyecto en sí, fueron aprobados por el gobierno, que esperaba tenerlo listo para las fiestas del Centenario de la Independencia en 1910.

             El tiempo y el dinero se encargaron de desengañar a todos. Ni el proyecto inicial fue respetado en su totalidad en los treinta años que duró la construcción, ni el costo fue lo presupuestado inicialmente. El sueño habría de tomar formas diferentes y por momentos se tornó en pesadilla.