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Nota Curiosa
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El presidente Abelardo L. Rodríguez entró al relevo presidencial en 1932, luego de que su antecesor, Pascual Ortiz Rubio tirara la toalla y renunciara a la presidencia porque nadie lo respetaba. Eran tiempos del maximanto, en los que el poder detrás del trono estaba en manos del Jefe Máximo de la Revolución –de ahí el nombre de maximato-: Plutarco Elías Calles.
Abelardo L. Rodríguez llegó a la presidencia y no se quiso meter en problemas políticos, así que durante los dos años de su gobierno dejó los problemas políticos en manos de Calles y él sólo se dedicó a administrar. Entre las obras públicas que le tocó dejar para la posteridad destacan dos, el Palacio de Bellas Artes y el Mercado que, por supuesto, lleva su nombre: Abelardo L. Rodríguez.
El diseño intentó ser un prototipo de mercado popular con un toque cultural que reuniera bajo el mismo techo, no sólo un espacio para la compra y venta de mercancías, sino también el reflejo de la ideología del régimen al comenzar la década de 1930: el nacionalismo revolucionario. Así que también fue pensado como un espacio para la cultura y la educación, pues desde entonces cuenta con su biblioteca.
El Mercado Abelardo L. Rodríguez fue construido sobre la huerta del legendario Colegio de San Pedro y San Pablo –uno de los principales centros educativos jesuitas durante el periodo colonial- y el lugar donde se instaló por vez primera el Congreso una vez consumada la independencia.
Pero el mayor atractivo del Mercado son sus 1450 metros cuadrados decorados con murales. Bajo la coordinación de Diego Rivera, varios artistas que fueron sus discípulos plasmaron en las paredes temas socialistas en boga por entonces: las luchas obreras; la reivindicación de los campesinos, y la denuncia del fascismo que recorría el mundo. Entre los artistas que dejaron obra en el mercado destacan Pablo O’Higgins, Ramón Alba, Antonio Pujol, Isamu Noguchi, Pedro Rendón, Grace Greenwood, Miguel Tzab, Ángel Bracho o Raúl Gamboa y el propio Rivera.
Es obra del arquitecto Antonio Muñoz que mezcló distintos estilos arquitectónicos y en 1934 fue considerado el más moderno y funcional de su época. A pesar del deterioro, sus murales siguen siendo un claro ejemplo del arte nacionalista generado durante el periodo de la posrevolución.