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A Rodolfo Usigli se le considera el primer dramaturgo profesional de México; estaba obsesionado con la verdad, con la historia y con la búsqueda de la verdad a través del teatro. En 1938, escribió El gesticulador, su obra fundamental. Esta “pieza para demagogos en tres actos”, se estrenó el 17 de mayo de 1947 en una función de gala en el Palacio de Bellas Artes, con la actuación estelar de Alfredo Gómez de la Vega, Carmen Montejo, Miguel Ángel Ferriz y Rodolfo Landa. El costo de la taquilla iba de 1 a 5 pesos. La función transcurrió en medio de la indignación de varios escándalos y censura por parte del régimen de Miguel Alemán. Incluso llegó a ser increpado por el cronista y escritor Salvador Novo, hombre fiel al régimen alemanista. El origen de la polémica era el evidente cuestionamiento de la “verdad revolucionaria” que planteaba Usigli, hombre que vivió de 1905 a 1979 y que fue testigo en primera fila de todas las imposturas de los gobiernos que institucionalizaron la lucha para no resolverla. “Haber visto subirla la hez en la marea política, -afirma el autor en el epílogo- y porque ha visto la cultura y la vida del espíritu pospuestas diariamente por la obra de los malos políticos y los falsos revolucionarios… porque ese niño y esa generación llevan la revolución en la sangre y la quieren ver limpia: sin trucos, sin dados emplomados, sin vergüenza alguna. Y llevar la revolución en la sangre significa llevar en sí una insatisfacción perpetua”. A Usigli se le acusó de “contrarrevolucionario”, de “enemigo de la revolución; una “pieza de carranclanes”, dijo Xavier Villaurrutia refiriéndose a los carrancistas opuestos al régimen posrevolucionario. La puesta en escena, muestra las aventuras de César Rubio, un exprofesor de historia, que ha perdido su plaza en la Universidad de México y que ante el fracaso de su vida, decide mudarse con su familia al campo, y en el camino, asumir la personalidad y la vida de un general maderista revolucionario al que todos consideraban muerto. “César Rubio es moreno; su figura recuerda vagamente la de Emiliano Zapata y en general la de los hombres y las modas de 1910”, específica en la acotación Usigli. Cuántos de los presentes en aquella función de gala, funcionarios, licenciados, habrán pensado ¿no seré yo ese?, por supuesto, varios de los asistentes se sintieron aludidos. Usigli afirma en su “Epílogo sobre la hipocresía del mexicano” que no se trataba ni siquiera de una obra de teatro político, sino de un drama de tesis sobre la identidad del mexicano. Es por esta razón que Octavio Paz la analiza en el Laberinto de la Soledad: “Nuestras mentiras reflejan, simultáneamente, nuestras carencias y nuestros apetitos, lo que no somos y lo que deseamos ser. Simulando, nos acercamos a nuestro modelo y a veces el gesticulador, como ha visto con hondura Usigli, se fundó con sus gestos, los hace auténticos. La muerte del profesor Rubio lo convierte en lo que deseaba ser: el general Rubio, un revolucionario sincero y un hombre capaz de impulsar y purificar la Revolución estancada. En la obra de Usigli el profesor Rubio se inventa a sí mismo y se transforma en general; su mentira es tan verdadera que Navarro, el corrompido, no tiene más remedio que volver a matar en él a su antiguo jefe. Mata en él la verdad de la Revolución”.