Dwight Morrow, el embajador de los huevos con jamón

La reconstrucción - Personajes

Alejandro Rosas

Se enamoró de Cuernavaca desde que la visitó por vez primera en 1927. El aroma de la tierra, los colores de sus jardines y el sensual clima de Morelos terminaron por seducirlo conquistando su voluntad a favor de México. Lejos quedaron las bajas temperaturas neoyorquinas que durante años resistió cuando era miembro de la firma J. P. Morgan.

     En 1927 el México bronco lo recibió cordialmente como embajador de Estados Unidos frente al gobierno de Calles. Sin saberlo, Dwight Whitney Morrow (1873-1931) pasaría los últimos años de su vida borrando las suspicacias que parecían conducir a los dos países al borde de un nuevo conflicto militar.

     La situación política no podía ser peor. El presidente Calles tradujo su jacobinismo en hechos y el país se encontraba incendiado por la guerra cristera. La ley del petróleo puso a las compañías extranjeras en contra del gobierno y el embajador estadounidense Rockwell Sheffield -partidario de la guerra contra México- desarrollaba una abierta campaña al señalar que los mexicanos eran “indios latinos que, a fin de cuentas, no reconocen más argumento que el de la fuerza”.

     Con el retiro de Sheffield y la llegada del embajador Morrow –verdadero diplomático-, el panorama cambió radicalmente. “Era un hombre de corazón  –escribió el ex presidente Emilio Portes Gil-, todo fineza. Era un diplomático humano, que estudiaba nuestro medio, nuestras necesidades y procuraba ejercer su ministerio respetando los dictados de la moral internacional”.

     Portes Gil no era exageraba. Hombre afable y de buen talante, a Morrow sólo le bastaron algunos días para ganarse la confianza de Calles. Un par de desayunos informales y una gira de seis días visitando las escuelas de agricultura y algunas obras públicas fueron suficientes para establecer una franca amistad entre ambos que se materializó en un mejoramiento de la relación bilateral.

     La influencia de Morrow fue suficiente para destrabar la espinosa cuestión petrolera y para alcanzar los acuerdos que dieron fin a la guerra cristera en 1929. Su presencia también fue útil para avalar el primer fraude electoral del recién fundado partido oficial (PNR) que en noviembre de 1929 le otorgó el triunfo a Pascual Ortiz Rubio.

     Sin embargo, su gestión diplomática pasaría a la historia como una de las mejores dentro de los convulsionados años del periodo posrevolucionario y con el tiempo, se hablaría de Morrow como el diplomático de los ham and eggs, porque a su juicio, una buena taza de café, un fresco jugo de naranja y unos huevos con jamón eran suficientes para solucionar cualquier conflicto.