Cartas cruzadas: Felipe Ángeles y Clara Krauss

La reconstrucción - Hechos

Como última voluntad pidió papel y pluma. A unas horas de su ejecución sus últimos pensamientos fueron para su compañera de toda la vida. Con mucha calma tomó el banquillo de madera, se apoyó sobre la desvencijada mesa que le sirvió como escritorio y escribió tan sólo unas breves líneas donde entregaba su corazón aún antes de morir:

""Adorada Clarita: Estoy acostado descansando dulcemente. Oigo murmurar la voz piadosa de algunos amigos que me acompañan en mis últimas horas. Mi espíritu se encuentra en sí mismo y pienso con afecto intensísimo en ti. Hago votos fervientes porque conserves tu salud. Tengo la más firme esperanza de que mis hijos serán amantísimos para ti y para su patria. Diles que los últimos instantes de mi vida los dedicaré al recuerdo de ustedes y les enviaré un ardientísimo beso. Felipe Ángeles"".

El general depositó la pequeña nota en un sobre y la entregó a uno de sus amigos para que la hiciese llegar a su esposa. Una vez en paz y con una tranquilidad asombrosa, recibió la muerte la mañana del 26 de noviembre de 1919 sin saber que su adorada Clara nunca pudo leer la carta. El destino lo impidió.

La salud de Clara estaba muy quebrantada. La familia pensó que no era conveniente notificarle que su esposo, el general Felipe Ángeles sería pasado por las armas. Los médicos la habían desahuciado. Consciente de su agonía, Clara pidió papel y pluma para escribirle una última carta a su marido.

Sus últimos pensamientos también serían para su esposo. La carta era una sentida despedida. Moriría bajo la fe de Cristo y lamentaba dejar a un hombre viudo y a sus hijos huérfanos. Esperaba reencontrarse con su amor en un futuro lejano, en un lugar donde no existía el tiempo. ""Te quiero mucho"" debió escribir Clara que agonizaba lentamente.

Su única preocupación era el cuidado de la familia que ponía en manos de su esposo, y conociendo la calidad moral del general Ángeles, no tenía duda alguna de que su última voluntad sería cumplida. Terminó de escribir, entregó la carta y pidió que se la hicieran llegar a cualquier lugar donde se encontrara. Al poco tiempo falleció sin saber que sus líneas jamás fueron leídas por su amado Felipe, quien ya le esperaba en el lugar que solamente la fe puede abrir.

La muerte suele dotar de romanticismo al amor. Muchos hombres se enfrentaron a la terrible disyuntiva de elegir entre el amor de una mujer y permanecer a su lado, o el amor ideal por una Patria que sólo concebían en su cabeza. Algunos buscaron conservar los dos y murieron en el intento. La Patria celosa nunca quiso compartir su corazón.