La trágica muerte de Rosalie Evans

Literatura - Personajes

Alejandro Rosas

Rosalie Evans tenía muchas agallas y poca conciencia; el estricto sentido de justicia –que concebía desde su origen y formación anglosajona- sobre lo que por derecho le pertenecía, había nublado su juicio –México no era ni Estados Unidos ni Inglaterra-, y la muerte de su marido por causas naturales, el inglés Henry Evans, acabó con su sentido común.

     La señora Evans regresó a México en 1918; buscaba con afán encontrarse  con sus propios fantasmas: la memoria de su marido muerto apenas en noviembre de 1917 y el pasado idílico que habían construido juntos durante los últimos años del porfiriato en su hacienda de San Pedro Coxtocan, cerca de San Martín Texmelucan, en Puebla.

     En su calidad de ciudadana norteamericana y con los derechos que le otorgaba haber contraído nupcias con un súbdito de su majestad británica, exigió justicia en momentos en que continuaban imperando las armas; en momentos en que la vida cotidiana seguía regida por la voluntad de los caudillos a pesar de que, desde el 5 de febrero de 1917, había sido promulgada, con bombos y platillos, la nueva y flamante Constitución.

     Cierto idealismo trágico asomaba en Rosalie Evans. Volvió a México sola, viuda y con pocos recursos –a diferencia de los que llegó acumular antes de la revolución y que le permitieron vivir, al lado de su esposo, con cierta holgura hasta 1917-. Regresó para encontrar sus propiedades en el estado de Puebla invadidas por campesinos y agraristas que con el apoyo de militares y políticos, se habían apoderado de los terrenos de las haciendas abandonadas.

     A partir de 1918, la señora Evans se enfrentó con la gente del pueblo, con las autoridades locales, con los jefes militares, con los gobernadores de Puebla y hasta a con los presidentes de la República. Hizo de su caso particular, un problema de carácter diplomático entre México, Estados Unidos y Gran Bretaña que los distintos gobiernos revolucionarios tuvieron que sortear. Todos sus esfuerzos se encaminaron a recuperar San Pedro y salvaguardar la hacienda ante la posibilidad de la expropiación o la confiscación de acuerdo con lo dispuesto en el novedoso y controvertido –para los extranjeros- artículo 27 constitucional.

     Cada enfrentamiento con la nueva clase política surgida de la revolución, las movilizaciones agraristas y los intereses particulares de los militares la fueron cercando hasta conducirla a un desenlace trágico. En mayo de 1924, Cunard Cummins, el único representante del gobierno británico que permanecía en México –y que se había convertido en defensor de sus intereses frente al gobierno mexicano- le aconsejó:

     “Su situación me parece ser más insostenible y peligrosa cada día y escribo estas líneas personales con el fin de persuadirla para que reconsidere toda la situación y se dé cuenta de que el gobierno británico ha hecho todo lo posible en este momento para defenderla, y que de seguir resistiéndose contra el gobierno aquí, errónea de todas formas como puede ser su acción, con toda probabilidad le costará a usted la vida”.

      La señora Evans ignoró la recomendación y se empecinó en continuar su cruzada, plenamente justificada. Tras poco más de 7 años de pelear en los tribunales, pedir audiencia con las autoridades y presentar amparos para hacer efectivo el legítimo derecho a sus propiedades, en los primeros días de agosto de 1924, Rosalie Evans fue asesinada en las cercanías de su hacienda en Puebla por un grupo de agraristas.

      Su trágica historia, contada por ella misma a través de su correspondencia fue publicada bajo el título The Rosalie Evans Letters from Mexico editado por su hermana en 1926 apenas dos años después de su asesinato.