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Germán Cueto nació el 9 de febrero de 1893, y tendría unos seis años cuando paseaba en compañía de su abuelo por un mercado; en medio de los puestos de artesanías, encontró una lámpara hecha de chapa cortada que le gustó mucho. Le pidió a su abuelo que se la comprara, pero se la negó, así que de regreso a su casa, el niño buscó una lámina de metal y con la ayuda de unas tenazas y unas pinzas, fabricó él mismo su propia lámpara. Fue el inicio de una vocación que confirmó en España, de la mano de su prima María Blanchard, quien lo introdujo en el mundo del arte moderno.
En 1918 regresó a México con una convicción: ser escultor. Se inscribió en la Academia de San Carlos y en 1921 se unió al movimiento estridentista. Su primera exposición de máscaras (1926) fue en el famoso Café de nadie.
En 1927 viaja a París en donde reside, junto a su familia. En este país tiene su primer acercamiento al mundo de los títeres. En 1932 regresa a México para ejercer como profesor de la Esmeralda y de la Escuela de Dibujo y artesanías de la Ciudadela, funda una compañía de titiriteros.
Entre sus obras, destaca el medallón de bronce de Manuel M. Ponce que se encuentra en el Palacio de Bellas Artes y su obra más conocida, Tehuana (1937), que se encuentra en el Museo de Arte Moderno, en donde en vida nunca tuvo una exposición; incluso llegó a sentirse excluido pues su obra no era de interés para los compradores mexicanos, ya que, en palabras de Jorge Alberto Manrique, “no escupía héroes ni familias campesinas…”. De cualquier forma, no le interesaba mucho vender su obra, muchas vece la regalaba o la vendía muy barata estaba convencido de que el arte debía ser “libre e inmune a todo estímulo puramente mercantilista”.
Ejemplo de ello, el anécdota que cuenta que un día, a finales de los años cuarenta, Cueto sacó a la calle una escultura de hormigón -una columna de aproximadamente un metro de alto formada por sólidos geométricos imbricados unos en otros-. “¿Cuánto cuesta este dios?”, le preguntó al escultor un indio que se detuvo a mirar la escultura por largo rato. “No está a la venta”, le respondió, pero el indio insistió en comprarla y ofreció en pago treinta sacos de maíz.
A sabiendas de lo que eso representaba para un pueblo, Cueto propuso regalarla, a lo que el indio respondió con un tajante “no, venga a ver al dios y le pagaremos”.
Al poco tiempo, el artista visitó el pueblo y encontró que en medio de la plaza principal, estaba colocada la escultura sobre un túmulo de piedras cubiertas de flores, en donde los indios podían contemplarla con calma. Conmovido por la escena y en señal de respeto, optó por recibir solo dos sacos de maíz.
Murió el 14 de febrero de 1975 a los 82 años de edad.