El poder del curandero

El siglo de la conquista - Vida Cotidiana

El curandero prehispánico tenía como principal función regular las relaciones entre los hombres y las entidades superiores, una suerte de mediador entre lo humano y el mundo inmaterial, alguien capaz de restablecer la armonía cósmica, calendárica y divina de la que dependía la salud.

     Leía en los órganos humanos, la dependencia del individuo respecto de la voluntad de los creadores y la sociedad, por ejemplo, en el hígado -ihíyotl- encontró la vida emocional; en el corazón -teyolía- los abismos de las pasiones. Su rango de acción se extendió a contrarrestar hechizos malignos, interceder para alcanzar el perdón divino, familiar, social e, incluso, de seres invisibles capaces de dañar.

     Algunos curanderos llamados cihuateos eran capaces de robar la belleza ajena y no rara vez la protección de un curandero solía propiciar la furia de otro, desencadenando batallas mágicas en la anatomía de alguna persona, una creencia que dio origen a las limpias.

     El curandero se formaba en escuelas y practicaba con pacientes, motivado por alcanzar en algún momento la casta sacerdotal. Sus conocimientos se especializaron en ramas médicas equivalentes a la naturista, la cirujía, la internista, así como el oficio de partero o el experto en ojos, nariz, oídos y garganta.

     Usualmente se relacionaron las enfermedades con elementos, dioses o espíritus, es el caso de las enfermedades respiratorias que fueron vinculadas a Ehécatl -dios del viento- o con los espíritus ventosos conocidos como checames. Al reumatismo y la gota se les ligó con el agua y sus dioses -Tlaloc, Chalchitlicue, Macuilxóchitl, o los espíritus del agua llamados tlaloques-; las enfermedades venéreas y las de la piel, por extensión, con la deidad del amor Tlatzolteótl y con Xipe-Totec. En sus diagnósticos se exponía el nivel de su poder.

     Practicó abortos y recurrió a terapias como sangrados, purgas, cortes, puntos, hidroterapia y rezos. Pero también castigó con golpes y palazos, a veces macerando al paciente, responsabilidad que atribuía invariablement a los dioses. Recurrió a amuletos, talismanes, pintó signos en las casas, cultivó sus propias hierbas, flores, hongos, enredaderas y con creatividad propia generó sus rezos y cantos. También utilizó narcóticos para adivinación del impacto de los problemas sociales y metafísicas de los enfermos, desempeñándose comúnmente como un oráculo. Fue una figura poderosa, apreciada en el ámbito comunitario y bien retribuida por las comunidades originarias.